Londres. Si para el caminante depara lugares sorprendentes a cada paso, al ciclista le reserva un nivel de sorpresas práticamente intolerable en cada viaje. La reacción natural del ciclista intrépido es limitar su capacidad de asombro, y no dedicarle más que una mirada ligera a lo que en otro sitio se convertiría en atracción turística de primera magnitud.
Hoy referiré un hallazgo del que tal vez no podamos hablar en esos términos, pero esa idea, obsesiva y recurrente en esta ciudad, hace ya tiempo que debía haberla plasmado aquí. Queda dicho.
Greenwich es un lugar hermoso e inspirador como ninguno, del que hacía ya tiempo que era amigo. Deleitaba con el siguiente recorrido a todas las visitas suficientemente aguerridas como para montarse en una bicicleta, y todas quedaban boquiabiertas: por el canal hasta Canary Wharf, fantástico, y túnel peatonal por debajo del río hasta Greenwich, toda una experiencia. Una vez con mi amiguete Pe fuimos un poco más allá, recorriendo North Greenwich hasta el O2.
North Greenwich, como la Isla de los Perros, es un antojo del Támesis. Mientras éste, ya casi hecho mar, se mece con aparente calma y las impresionantes alturas de Canary Wharf presiden la orilla opuesta, uno se va deslizando divertido por un circuito zigzagueante donde la única opción es continuar. Diversos hedores van amenizando el recorrido, procedentes de las añejas industrias que lo delimitan. En el camino, un alto, al lado del río, un solar; en un extremo, la Casa Sangrante, en el otro, el Barco Fantasma.
El Barco Fantasma de North Greenwich no es un barco cualquiera. Su curiosa forma, en L, hace dudar en primera instancia de su naturaleza marinera. Es necesario pararse en la distancia y verlo mecerse suavemente para darse cuenta de ello. Una vez corroborado el dato, su extraña forma vuelve a desconcertar al visitante, que busca detalles en su estructura para encontrar una explicación. Por fin, un medidor de alturas a lo largo del palo vertical de la L, junto con un lecho de maderos y unos oxidados mecanismos, le dan a entender que se trata de una especie de barco reparador o transportista de otros barcos.
Mi amigo Pe, aventurero, saltó valientemente a cubierta; yo no lo hice hasta la siguiente visita. Más golosa que la cubierta, excitante pero prácticamente yerma, se presentaba la parte superior, con una casetilla y varios volantes que presumíamos moverían los mecanismos. Pero la escalera para subir, que era hueca y discurría por la parte de atrás directamente sobre el agua, tenía unos cuantos peldaños serrados, y alambre de espino en la barandilla.
Aún sin poder subir, el Barco nos fascinó. Su desgarbada magnitud, su propósito incierto, su extraña forma, su indefinida antigüedad, alimentaban nuestra imaginación vitamínicamente, y les preguntábamos a los ejes, barandillas y planchas por un nombre, una fecha que nos diese alguna pista. Callaban, y nada pudimos averiguar.
* * *
Tras el invierno, este fin de semana volví a visitar a mi amigo gigante, para presentárselo a Juan VI y Pe II. Pero ya no estaba. El solar se encontraba ahora cubierto de montañas de tierra, y sobre ellas gobernaba amenazante la Excavadora Destructora, amarilla y despiadada. Quise aventurarme al otro lado para llegarme hasta la Casa Sangrante, pero la Excavadora movía la pala desafiante. Sólo pude verla a lo lejos, horriblemente mutilada… sus ventanas, antes ciegas, estaban ahora llenas de luz, lo cual indicaba que ya le faltaba el techo…
North Greenwich jamás volverá a ser igual.