Mientras a un hombre le cortaban la mano en Colombia, yo fui a ver a Franz Ferdinand. En contra de lo que pudiera parecer de primeras, no me refiero a la tumba del archiduque de Austria, cuyo asesinato desencadenó una guerra de diecinueve millones de muertos y veintiuno de heridos, sino a la banda de pop-rock del mismo nombre. La cosa, el concierto, sucedió en un sitio que no era mucho más grande que el salón de su casa, si es que usted es, como apuntan las estadísticas, de clase media-media; y por cuatro libras de nada, que lo mismo me las podría haber gastao en una máquina tragaperras para nada. Aquí pongo una foto:
Y con esto lo que quiero decir es que es el último de una serie de conciertos a los que he ido en el último año que han sido la mar de sonados, nunca mejor dicho. Por ejemplo, mientras en Etiopía se contagiaba deliberadamente a un preso político con el sida, yo estuve viendo a Interpol; y mientras en Vietnam un trabajador comenzaba su turno diario de doce horas en una fábrica de Nike, yo veía a los Stray Cats. Además:

Vi también a Manolo Escobar, en el día de mi cumpleaños, cantar alabanzas sobre la matanza gratuita de animales

Mientras el último rinoceronte negro africano moría, yo estaba viendo a Radiohead junto con otros tantos

Mientras una mujer perdía una pierna en el Sáhara Occidental, yo veía a Patti Smith no muy lejos de donde se fabricó la mina responsable

Mientras una explosión de otra guerra inútil asesinaba a una familia entera de gorilas en el Congo, yo veía a Queen,

Y mientras una familia en Madrid compraba un pollo muerto sólo para tirarlo a la basura tres días después, yo estaba en camino de ver a Leonard Cohen.