Mientras a un hombre le cortaban la mano en Colombia, yo fui a ver a Franz Ferdinand. En contra de lo que pudiera parecer de primeras, no me refiero a la tumba del archiduque de Austria, cuyo asesinato desencadenó una guerra de diecinueve millones de muertos y veintiuno de heridos, sino a la banda de pop-rock del mismo nombre. La cosa, el concierto, sucedió en un sitio que no era mucho más grande que el salón de su casa, si es que usted es, como apuntan las estadísticas, de clase media-media; y por cuatro libras de nada, que lo mismo me las podría haber gastao en una máquina tragaperras para nada. Aquí pongo una foto:
Y con esto lo que quiero decir es que es el último de una serie de conciertos a los que he ido en el último año que han sido la mar de sonados, nunca mejor dicho. Por ejemplo, mientras en Etiopía se contagiaba deliberadamente a un preso político con el sida, yo estuve viendo a Interpol; y mientras en Vietnam un trabajador comenzaba su turno diario de doce horas en una fábrica de Nike, yo veía a los Stray Cats. Además: